Monterrey, Santo Domingo y La Concordia son zonas ecuatorianas que gracias a su privilegiada ubicación en la parte noroccidental de la cordillera de los Andes, ofrecen cosechas permanentes de variados productos agrícolas.
Los abundantes recursos hídricos y suelos fértiles con los que cuenta esta región le han permitido producir cerca del 60% del palmiste -producto obtenido de la extracción de la almendra del fruto de palma de aceite- que exporta el país; sin embargo, la palma de aceite no siempre ha sido el cultivo más destacado de la zona. Anteriormente sus habitantes cultivaban abacá, una planta cuyas fibras sirven como materia prima para producir bolsas de té, telas, guantes quirúrgicos, cuerdas y hasta papel moneda.
A pesar de sus usos varios, hace algunos años los productores empezaron a desincentivarse por la dificultad de la comercialización de esta fibra en los mercados internacionales, lo cual los llevó a preferir el cultivo de la palma de aceite.
“Hay que ir viendo el negocio que nos da más. Para nosotros la palma es más rentable y requiere menos personal”, afirma la señora Texa Macías, propietaria de una finca de 25 hectáreas dedicadas a la palmicultura que queda ubicada a unos kilómetros de La Concordia.
Doña Tex, como le dicen cariñosamente sus conocidos, hace parte del grupo de pequeños productores con los que trabaja ANCUPA, La Asociación de Cultivadores en Palma Aceitera del Ecuador, la cual junto con Solidaridad y Natural Habitats Group (NHG) busca mejorar la vida de los pequeños palmicultores a través de la promoción de la agricultura sostenible.
Estas organizaciones se unieron en el 2012 a través del programa FSP (Farmer Support Programme) coordinado por Solidaridad, el cual busca capacitar a los productores de palma en la norma RSPO que promueve 8 principios para que el sector palmero incremente sus prácticas social y ambientalmente responsables.
ANCUPA ha dedicado esfuerzos en sensibilizar a los productores en temas de sostenibilidad, revelándoles los beneficios que ellos pueden obtener en términos de productividad. Un agente de esta sensibilización es Fabián Paillacho, jefe zona de La Concordia que está a cargo de asesorar alrededor de 2,000 pequeños productores, a través de capacitaciones y visitas a fincas. El mismo comenta que esta transición es “un cambio cultural” ya que para adoptar prácticas sostenibles se debe romper
paradigmas y crear nuevos hábitos. Se debe desarrollar una nueva manera de pensar y de actuar.
Doña Tex, por su parte, comenta que gracias a las capacitaciones en las que ha participado, ha podido cambiar algunos aspectos en su finca como mejoras en los baños para los trabajadores y bodegas adecuadas para almacenar fertilizantes y materiales de trabajo. También reconoce que gracias a éstas ha comprendido la importancia de llevar un plan de trabajo que le ayuda a reducir el uso de agroquímicos, entender el suelo y saber que la misma naturaleza le da parte de los nutrientes que su cultivo requiere.
Otra de las iniciativas más relevantes de ANCUPA es la investigación. El Centro de Investigación en Palma Aceitera –CIPAL- busca generar y difundir soluciones que contribuyan a la productividad de los palmicultores.
De acuerdo con Paillacho: “Se requieren alrededor de 480 dólares por hectárea para generar una fertilización efectiva en los cultivos, pero son pocos los pequeños productores que pueden acceder a ésta”.
Es por eso que CIPAL busca crear soluciones alternativas con elementos orgánicos que cumplan la misma tarea de los fertilizantes. De esta manera, la organización produce y vende, a precios convenientes, fertilizantes orgánicos a los productores.
Alejandro Veas Tenorio es otro productor en la zona que también se ha visto beneficiado por este programa y que hace más 26 años heredó de su padre sus tierras dedicadas al cultivo de la palma. Para él y su familia es muy clara la diferencia entre ser cosechador y ser agricultor, y para explicarlo comenta:
“Estamos pasando de una agricultura de subsistencia a una sostenible y de rentabilidad. Gracias a estas capacitaciones, he aprendido a amar las plantas. En esta transición de subsistencia a rentabilidad es fundamental la disciplina.”
Para él, un agricultor lleva registros, sabe muy bien cuáles son sus gastos e ingresos, sabe qué fertilizantes necesitan sus suelos, en qué cantidad y cuando es apropiado aplicarlos. En cambio el cosechador vive el día a día sin planeación, sin conocimientos, no conoce sus tierras ni entiende a sus plantas.
“Tenemos que dejar de ser cosechadores y ser agricultores. Los agricultores queremos nuestras tierras y por lo tanto invertimos en ellas”.
Para Roberto Burgos, Director de Transferencia y Tecnologías de CIPAL en Latinoamérica existen tres tipos de agricultores: proactivos, seguidores y reacios al cambio. Los primeros son quienes no le temen a desarrollar nuevas prácticas y creen que la sostenibilidad puede mejorar su calidad de vida. Los seguidores son quienes, con un poco de temor, prefieren observar a los proactivos y dependiendo de sus resultados actúan o no, y los últimos son quienes no están interesados en modificar sus prácticas. Alejandro Veas y Texa Macías son ejemplo de un agricultor proactivo, alguien quien no teme al cambio; tiene interés en aprender y cree en la sostenibilidad. Esperamos que ellos con su ejemplo, puedan contagiar a los demás agricultores de esta zona ecuatoriana, abundante en recursos y dispuesta a brindar prosperidad a quienes estén dispuestos a tratarla de manera responsable.